El hambre

Si usted se toma el trabajo de leer este libro, si usted se entusiasma y lo lee en –digamos– ocho horas, en ese lapso se habrán muerto de hambre unas ocho mil personas: son muchas ocho mil personas. Si usted no se toma ese trabajo esas personas se habrán muerto igual, pero usted tendrá la suerte de no haberse enterado. O sea que, probablemente, usted prefiera no leer este libro. Yo creo que haría lo mismo. Es mejor, en general, no saber quiénes son, ni cómo ni por qué. (Pero usted sí leyó este breve párrafo en medio minuto; sepa que en ese tiempo sólo se murieron de hambre entre ocho y diez personas en el mundo. Respire aliviado.) M. C. Conocemos el hambre, estamos acostumbrados al hambre: sentimos hambre dos, tres veces al día. No hay nada más frecuente, más constante, en nuestras vidas que el hambre y, al mismo tiempo, para muchos de nosotros, nada más lejano que el hambre verdadero. Para entenderlo, para contarlo, Martín Caparrós viajó por la India, Bangladesh, Níger, Kenia, Sudán, Madagascar, Argentina, Estados Unidos, España. Allí encontró a quienes, por distintas razones –sequías, pobreza extrema, guerras, marginación–, sufren hambre. El Hambre está hecho de sus historias, y las historias de quienes trabajan en condiciones muy precarias para paliarlo, y las de quienes especulan con los alimentos y hambrean a tante gente. El Hambre intenta, sobre todo, descubrir los mecanismos que hacen que casi mil millones de personas no coman lo que necesitan. ¿Un producto ineludible del orden mundial? ¿El fruto de la pereza y el retraso? ¿Negocio de unos pocos? ¿Un problema en vías de solución? ¿El fracaso de una civilización? El Hambre es un libro incómodo y apasionado, una crónica que piensa, un ensayo que cuenta, un panfleto que denuncia el apremio de una vergüenza sostenida e imagina formas de terminar con ella.

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