Una mujer inicia sesiones de psicoanálisis. El deseo y la necesidad de seducción crecen en el espacio analítico; ella reconoce no solo momentos fundamentales de su vida, sino también recobra su deseo sexual y se encuentra nuevamente con la escritura. Diálogos, sueños y relatos se combinan en las horas de análisis, suscitando una permanente tensión, hasta que se produce una fractura, un cambio en la manera en que ella se mira, se percibe y actúa. Se ve reflejada en el espejo del psicoanalista, sin embargo, la imagen es engañosa, extraña, pues le muestra el revés de su vida.
“Siento sus emociones en el ritmo acelerado de tu pulso. Sé cuando estás contento o vacilante y te preguntas como continuar. Intuyo tus pensamientos y también tu deseo de trabajar profundamente sobre lo que hemos construido. Siento tu pasión y tu necesidad, tu espera y tu expectativa. […] Ella estaba allí, con él, en una tierra vasta, en un espacio por conocer. Me encuentro con mi piel desnuda, enfrento las tenazas de mis miedos, la humedad, el polvo y el abandono, recobro mi memoria y mis pérdidas. Aquella unión estaba hecha de saliva, semen, de labios y de manos.”