Peces que hablan de coeficientes de refracción, sofás que tienen la capacidad de traducir cualquier idioma, brujas que necesitan pagar cuotas, un administrador de museo que tiene cara y cruz como las monedas, demonios en edad de jubilarse, laboratorios con olor a manzanas recién recogidas, profecías en las que son posible las erratas, ordenadores que piden que no se molesten mientras piensan, un pegamento hecho a base de bilis de parracidas, personas a las que se permite seguir trabajando a título póstumo, animales capaces de conceder deseos y que mueren a causa de las bombas militares… El humor descabellado de los hermanos Strugatski, a pesar de su aparente surrealismo, no da puntadas sin hilo. Este es el libro más divertido de los escritores de ciencia-ficción más importantes de la URSS.