En un contexto signado por la crisis social y política de fines de los años setenta del siglo xx, en Estado boliviano y ayllu andino Tristan Platt optó por abordar el siglo xix. Le interesaba sobre todo el impacto de las reformas liberales de fines de ese siglo, un período oscuro y mal comprendido por la historiografía de la época, en la que brillaban por su ausencia las fuentes locales y abundaban los estereotipos eurocéntricos. Pero, sobre todo, la historiografía tradicional ni siquiera imaginaba entonces la posibilidad de conectar la lectura de documentos de los archivos con la etnografía en el terreno. Con esta ventaja, Platt emprendió la indagación histórica que lo llevaría a escribir este libro. El trabajo en archivos le permitió de paso reconectar los espacios que la historiografía oficial había fragmentado al privilegiar la gran minería y al ignorar las iniciativas comerciales de las comunidades indígenas, en las que esa historiografía quería ver, además, un residuo arcaico, condenado a la desaparición (sea por la vía liberal de la ciudadanía o por la reformista de la descampesinización). Así se produjo uno de esos “relampagueos” de conocimiento nuevo, esos que Walter Benjamin asoció con el advenimiento de un “despertar” colectivo y con la tarea del intelectual comprometido.