No hay planicie desierta que no sea un poema. Con estas tremendas palabras empieza esta obra que, mientras se da al espacio público, lo impregna de emociones, trabajo con el lenguaje y rigor en la trama de este mundo imaginario. Y si el poema es una superficie deshabitada, si la misma noche es una estepa, el tiempo que olvida lo que dijo horas antes ocupa la centralidad desde dos maneras: por el marcado uso del presente verbal y por la lucha por detener/retener el transcurso de unas horas derramadas y desmentidas, pero que evocan la hora del encuentro con lo otro y con lo inicial (enero).
Mónica Velásquez Guzmán
La noche que enhebra Mariana Ríos en sus versos marca una trayectoria despojada de arista. Esta noche, es más bien un aliento. / una curvatura. Se enraíza hacia atrás: es el velo que cubre y deja estela. Como todo rastro, es lenguaje y entonces arde.
En la quemadura se fija la voz de una poeta de mirada-lumbre, capaz de nombrar los intersticios de su noche y, a través de una cadencia precisa, dolorosa y cuidadosamente hilada, hacerla aparecer frente a la nuestra.
Marcia Mendieta Estenssoro