Mamá y el sentido de la vida

Cerrando los párpados, me deslizo hacia la oscuridad. Sin embargo, saltando de la cama, salgo del cuarto del hospital e irrumpo directamente en el parque de diversiones Eco del Valle donde, hace algunas décadas, pasaba muchos domingos de verano. Oigo música de calesita. Inspiro la húmeda fragancia acaramelada de palomitas de maíz y manzanas almibaradas. Una vez que he pagado mi entrada, espero a que el siguiente cochecito metálico delante de la esquina se detenga con un ruido. Después de ocupar mi asiento y bajar la barra protectora para acomodarme, echo un último vistazo a mi alrededor, y allí, en el medio de un grupito de espectadores, la veo. Agito los dos brazos y la llamo lo suficientemente alto para que todos oigan: ‘¡Mamá, mamá!’

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