Un payaso que se cae de la silla como un avión kamikaze y se rompe un brazo. Una payasa que ensayaba los chistes con los choferes de la compañía de taxis para la que trabajaba como operadora. Otro payaso que se llama Silpanchito para no olvidarse de una época complicada en la que comía y cenaba un mismo plato. Otro que casi se quema el pantalón una noche de San Juan por las chispas que saltaban de las hogueras. Otro que tiene diabetes. Otro en una residencia de ancianos de la ciudad de El Alto que veía pasar los días por televisión porque no tenía fuerzas ni para salir de la cama. Otro que organiza una protesta en una avenida para quejarse de los dolores de garganta de sus colegas… En un mundo donde la sonrisa y el buen humor son valores que cotizan al alza, los payasos nos recuerdan que para salir adelante hay que tomarse la vida en serio.