Vidas y muertes

Muchos de nosotros, aunque seguramente en forma inconfesada las más de las veces, guardamos en lo íntimo del alma el recuerdo de algún muerto, quien constituye de hecho nuestro muerto predilecto, por decirlo así, y lo rememoramos con frecuencia y depositamos en él toda nuestra confianza. Es un ejemplo y es también una fuerza, por lo que buscamos en él un aliciente y una tabla de salvación en nuestras horas difíciles, pues así lo vemos y así lo evocamos: es nuestro muerto y es nuestro ángel bueno, y vive con nosotros y vela por nosotros. Perfectamente recordamos su voz; su manera de ser y sus costumbres; sus decires y las particularidades de su carácter, alguna señal en su rostro, y aun la forma de su abrigo, el color de sus zapatos o el botón que le faltaba en el chaleco.
Yo me pregunto qué habrá sido del señor Catacora, el relojero a quien le decían don Cata, que arreglaba relojes en El Alto y también en Viacha, y que viajaba continuamente a Machacamarca sin motivo aparente alguno, y por las noches se encerraba en su taller para tomar helados de canela y chicha de maní. […]¿Qué se haría el electricista que vivía en la calle Murillo, que andaba sin saco y sin camisa, muchas veces sin zapatos, y que una vez lo mató sin asco al dueño de una chingana en la plaza Belzu? Y el Cojo Clavijo, enemigo jurado del Partido Liberal y cajista de profesión, que se jactaba de ser espiritista de vocación y que se las daba de gran teósofo? Son preguntas, nada más que preguntas; y se quedarán por siempre jamás sin respuesta, En realidad son imágenes -puras imágenes, Y es esto lo que importa.
Jaime Saenz

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