En Moxos, la palabra es enunciada con voz melancólica, clara, consciente de que lo vivido es materia poética que puede translucir recuerdos, resignaciones, pero también nuevos sentidos a una existencia en constante devenir que -como la de todos- tiene momentos de dubitación, pero avanza hacia un horizonte consciente, cauto y discreto.
La metáfora de la selva como mujer, o de la mujer como tierra madre, permite al poeta enunciar lo que tiene para decir. Así, el discurso es transcurso por el río del tiempo, pero también, fijación en el barro del pueblo, de los caminos bajo la lluvia, de los meses que transcurren en ausencia del sujeto amado hacia el cual se dirigen, en última instancia, todas las palabras, los balbuceos, las evocaciones y deseos de quien como él, cree que el mundo y la vida son potencialmente nombrables y, en virtud de ese prodigio, aprehensibles para los seres humanos que buscan, en noches sin estrellas, en pontones, en caminos solo hollados por las bestias, en fin, por donde se pueda, un sentido que les permita seguir viviendo.